miércoles, 30 de diciembre de 2009

Papá Noel

Motivos varios me han mantenido lejos de un teclado estos días, así que con un poco de retraso os traigo esta entrada.
Resulta que el día de Navidad, entre los paquetes de regalos (hemos sido muy buenos este año), encontré uno en el que ponía "Para los lectores del blog". Y yo, como soy un mandao, pues os lo hago llegar, je, je.
Por cierto el señor de rojo dejó una nota deseándoos una feliz entrada en el 2010 y esperando que su regalo os guste.
Hasta el el año que viene.


NIEVE


Como cada noche, al terminar de trabajar, Teresa cruzó la acera y entró en el bar de Pedro. Estaba casi vacío, a excepción de una pareja que en una apartada mesa bebían unos cafés con leche mientras conversaban animadamente. Pedro leía el periódico, acodado en la barra, y cuando vio entrar a teresa sus ojos se encendieron.
Se conocían desde hacía ocho meses, cuando ella fue destinada a la nueva oficina. Una noche, tras el turno, bajó a la calle a buscar algo que estuviese abierto para beber cualquier cosa y encontró esa cafetería, justo enfrente. De inmediato quedó atrapada por la simpatía de Pedro y por el café que este preparaba. Y poco a poco su relación fue transformándose en una rara familiaridad entre ellos, de esas extrañas que nunca te planteas que puedan aparecer en tu vida.
Hoy venía sin embargo a despedirse. Al día siguiente, veinticuatro de diciembre, viajaría hasta su ciudad natal, a setecientos kilómetros de allí, para encontrarse con su familia y pasar las fiestas en su compañía. Y para cuando volviese, a primeros de enero, él habría cerrado el bar. Las ventas en aquel barrio decaían y él se trasladaba al negocio de sus padres, derrotado por no haber conseguido sacar a flote ese bar que con sus ahorros había montado. Simplemente, y de la noche a la mañana, Pedro desaparecería de su vida. Daba lo mismo que se trasladase a otro lado de la ciudad o a otro continente, ella no tenía ninguna excusa para ir a verle, al menos así lo sentía. En apenas diez días perdería a la única persona que apreciaba de veras en la ciudad. No podía llamarse sin embargo amistad, porque lo que les unía simplemente era ese café nocturno que los dos tomaban cuando todos los clientes se habían ido.
Pedro asimiló la noticia de la despedida en apariencia bien, aunque solía ser poco expresivo, con lo cual ella no estaba segura de hasta qué punto esto le afectaba.
—Bueno, lo importante es que mañana estarás con los tuyos por la noche —dijo él, mirándola con esos ojos grisáceos que daban un toque de luz en su rostro— Es una noche muy especial.
La pareja de la mesa se levantó en ese momento y, tras pagar, se marchó. Pedro apagó las luces y salió de detrás de la barra.
—Ahora mismo preparo el café, y tienes cara de hambre —observó él—. ¿Quieres que te prepare algo?
—Una hamburguesa, por favor —pidió ella, que no había comido nada desde la hora del desayuno.
Se levantó sorprendida cuando oyó que él trajinaba en la cocina.
—¿Tenías apagada ya la plancha? —preguntó, asomándose a través de la cortina que separaba la cocina de la barra.
—Sí, pero da igual, lo sabes.
Ella se acercó y le dio un fugaz beso en la mejilla.
—Eres un cielo. Y te la pago, ¿eh?, no como la última vez.
—Anda, calla, total ya no importa mucho, ¿no? —Él sonrió tristemente y ella se sintió conmovida por los sueños rotos de Pedro.
Entre que él puso mucho esmero en la preparación y que ella estaba verdaderamente hambrienta la hamburguesa le supo a gloria. Después, tomaron el café, el último café, y charlaron.
Cuando se dieron cuenta de la hora eran cerca de las tres de la mañana, pero ninguno de ellos quería enfrentarse a la inevitable despedida.
—Es tarde —dijo él—, déjame que te acerque a casa en coche.
Ella aceptó, sería un trayecto de unos veinte minutos y podría prolongar su compañía durante ese tiempo.
En el coche sin embargo reinó la mayoría del tiempo el silencio entre ambos. Teresa no sabía qué decir ni si lo que quería decir traería implicaciones o no. Él aparcó frente al portal de ella.
—¿A qué hora te vas mañana? —le preguntó él.
—El tren sale a las nueve y media de la mañana. Ya tengo la maleta preparada y al menos dormiré unas horitas en el viaje. —Pedro sonrió—. Dime, ¿Qué has pedido como deseo para la noche de mañana?
—Nunca pido nada, pero me gustaría que nevase.
—¿Y eso por qué? —preguntó ella, interesada.
—Cosas de fantasmas, no me creerías, pero me ella me dijo que si le fuera posible, allá donde estuviese, haría que en Nochebuena nevase, y de esa manera me demostraría todo lo que me quiso. —Unas lágrimas asomaron a sus ojos—. Pero desde entonces nunca ha nevado. —Mientras decía esto jugueteaba con un pequeño anillo que llevaba colgado del cuello con una cadena—. Pero bueno, pasaré la noche en el bar, mis padres no volverán de su viaje hasta dentro de cuatro días y no me apetece juntarme con mis amigos. O sea que entre cervezas y fotos recordaré tiempos mejores y esperaré que caiga la nieve, como siempre espero. A veces sucede, pero otras veces no.
—Bueno —dijo ella conmovida—, te llamaré desde casa de mis padres y no dejaré que te deprimas si no nieva, eso te lo aseguro, aunque luego mamá ponga el grito en el cielo por la factura telefónica, que no tienen tarifa plana. —Le tocó brevemente la cicatriz del cuello, una cicatriz que seguía siendo un misterio para ella. El sonrió.
—Vale, pero ahora súbete a casa, que además hace frío y no quiero que llegues donde tus padres constipada.
Ella obedeció caso y poco después estaba tumbada en la cama, sin poder dormir y nerviosa porque en poco tiempo estaría con su familia.
Al día siguiente Pedro bajó antes a abrir el bar y allí estuvo todo el día, a pesar de que las ventas fueron mínimas, sólo un poco de afluencia a la hora de la salida de las oficinas, compañeros que se quedaban a tomar una última copa antes de dirigirse a sus domicilios. Y la tarde se convirtió rápidamente en noche. Cuando echó el cierre y se sentó en una mesa al lado de la ventana con un álbum de fotos y la primera de muchas jarras de cerveza miró al cielo. Ni siquiera llovía. Se levantó y acercó su teléfono móvil antes de empezar a emborracharse.
Una hora después estaba completamente ebrio y sopesando la idea de irse a su casa a dormir. Pero no, ella había prometido que llamaría y esperaría al menos esa llamada. Tomó una foto de Laura, su amor perdido, aquella que se fue, y la miró detenidamente.
El teléfono vibró y emitió una leve melodía. Un mensaje. El lo leyó. Era de Teresa y sólo tenía escrita una palabra. Nieve. Un par de golpes en el cristal de la puerta lo sobresaltaron y él miró en aquella dirección. La nieve caía copiosamente, en gruesos copos que sin duda cuajarían y harían las delicias de los niños al día siguiente. No, ese día, pensó; era ya el día de Navidad y los milagros podían producirse, después de todo. Y como un milagro más ahí fuera, entre todo ese blanco, se encontraba Teresa, enfundada en un abrigo de color rojo. El corrió hacia la puerta y la dejó entrar.
—¡Por Dios, pasa, que te vas a helar! —El cerró cuando ella hubo entrado—. ¿Qué haces aquí?
—Cancelaron mi autobús —respondió ella, tras estornudar —Esta tormenta venía desde el sur y ha colapsado las carreteras hacia allí. Estoy aquí atrapada, porque no encontré otro medio de transporte, y cuando anunciaron que esta noche llegaría aquí la tormenta pensé que mejor estaría aquí contigo que en casa.
—Vale, siéntate que te voy a preparar un café y un par de hamburguesas. No has comido, ¿no? por cierto, feliz Navidad.
—Igualmente. —Ella se acercó hasta la mesa que poco antes él había ocupado—. Y deja ya la cerveza, por favor.
Pedro se metió en la cocina, sorprendido. Eran las mismas palabras que Laura pronunció hacía ya cuatro años. Pero tenía que ser una casualidad, o acaso debía estar dormido y soñando. Cuando hubo terminado de preparar las hamburguesas se dio cuenta de un detalle y asomó la cabeza por la cortina.
—Teresa, ¿no me dijiste que ibas en tren?
Ella solamente sonrió y él recordó lo que Laura le dijo: « Una Nochebuena, en que nevará, quien debe ocupar el puesto que yo prematuramente abandoné aparecerá ante ti, y deberás dejarme entonces tú a mí escapar»

miércoles, 23 de diciembre de 2009

reflexiones tras acabar

Ayer a las diez de la noche llegué al final del manuscrito. Y como cada vez que vivo ese momento llamé a mi novia y le pedí que escribiese ella la palabra fin. Con mi primera novela llevábamos poco tiempo juntos y me pareció gracioso que ella lo escribiese, como un modo de compartir con ella la experiencia. Ahora, dos novelas después, se ha convertido prácticamente en un rito.
Cuando termino de escribir siempre me quedo con un sabor agridulce. Por un lado siento alivio, una parte del trabajo está acabado y toca abordar el siguiente trecho del camino. Por otra parte me da pena, porque sé que durante un tiempo me alejo de ese mundo que he creado y al que puede ser que tarde tiempo en volver.
Como ya he comentado en alguna ocasión este primer libro forma parte de una trilogía, pero por otro lado tengo pendiente la tetralogía de la que tengo ya los dos primeros volúmenes, y por tanto ahora se me abren tres vías de camino. Puedo dedicarme casi en exclusiva a la corrección, para lo cual me daré un mesecito para dejar que el manuscrito se asiente y yo pueda escapar de sus páginas y cuando tenga ganas de escribir ya sacaré adelante algún cuento que tengo en la chistera. También puedo proseguir con la trilogía, puesto que al menos las ochenta o noventa primeras páginas están claras en mi mente, e ir intercalando la corrección del primer manuscrito. Por último, puedo intercalar dicha corrección con la tercera parte de la tetralogía, que me parece un volumen más fácil de escribir, sobre todo con respecto a los dos anteriores.
En fin, vaya lío, ¿no?
Con lo cual me tomaré las navidades para pensar con calma y trazar la vía, ver qué es lo que más me apetece hacer.
Con respecto a la escritura del manuscrito que acabo de terminar, estoy satisfecho porque cuando lo comencé hace cosa de siete meses, me puse como meta acabarlo antes de fin de año. Era una forma de meterme prisa a la hora de escribir. Y ese objetivo lo he conseguido (y me han sobrado ocho días, je, je). Pero es que además durante todo el tiempo que me he dedicado a escribir este tomo lo he vivido de manera muy relajada. Ya he comentado en alguna ocasión que tanto Neogen como Ka-Tel avanzaron a trompicones, hasta el punto de dejar aparcada la tetralogía tras la escritura del segundo porque me sentía agotado. Con Nigromantia ha sido diferente y siempre ha fluido la historia con soltura, no quedándome bloqueado en ningún sitio y dejándome la experiencia por tanto más tranquilo.
En fin, que después de toda esta perorata solo me queda desearos una feliz navidad a todos los que pasáis por aquí, espero que podáis pasarla en compañía de los seres queridos (no hagáis como yo, que trabajo, sniff…) y que sean unos días de felicidad para todos vosotros.
Un abrazo muy fuerte.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Taller: clase 8

Llegó el miércoles pasado la última clase, dedicada a una visión de futuro. Fue una clase amena en la que cada uno habló de un proyecto personal (literario), y debíamos explicar en qué consistía, cómo teníamos planeado llevarlo a cabo, tiempo estimado que nos tomaría,...
Fue una conversación amena en la que cada cual ofreció y dio consejos a los demás en base a su experiencia, y contestó a preguntas y dudas del resto.
Se habló también de la posible prolongación del curso por ocho semanas más, las clases serían los sábados por la mañana y a ser posible de dos horas, ya que todos estábamos de acuerdo que hora y media se quedaba corto. Evidentemente se aceptarán nuevos alumnos, por lo que si a alguien le interesa y tiene la mañanas de sábado libres os esperamos en Caldes de Montbui, a veinte minutitos de Barcelona. Ya avisaré aquí mismo si finalmente se amplía, pero vamos, como he dicho tiene bastantes posibilidades.
Mirando el curso con restrospectiva, como ya he dicho otras ocasiones lo que me ha aportado es un desarrollo de la creatividad impresionante, obligándome a tratar temas y a utilizar recursos que no controlaba o conocía (mención especial para el jercicio de teatro, y sin embargo luego el resultado fue, creo, bastante correcto). Además me llevo buenos compañeros con los que, independientemente de que el taller continúe o no, espero seguir teniendo contacto para de vez en cuando sentarnos un rato y charlar. Y también me llevo dos muy buenos profesores (sí, sí, dad un paso adelante, que sé que estáis por aquí, que me lo confesasteis, je, je) con lo que espero encontrarme muy pronto, en poco más de un mesecito.
Lo dicho, a cruzar los dedos.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Taller: clases 6 y 7

El fin del taller se aproxima, la próxima semana en principio es la última (y digo en principio porque tal vez pueda ampliarse otras ocho semanas más, pero eso dependerá del ayuntamiento).
La semana pasada, la sexta clase, tratamos el tema de la lectura como punto de partida de la escritura, y dedicamos el tiempo a tratar de copiar estilos de diferentes autores.
Debo reconocer que me resultó difícil, puesto que cada uno tenemos un estilo propio, evidentemente influenciado en mayor o menor medida por los autores que en su día nos marcaron. Y aquí tratábamos de escribir algo que de por sí a mí no me salía, no era capaz de imprimir un determinado estilo en mis frases, porque no era el mío. Fue, en definitiva, el reto más importante al que me he enfrentado a lo largo de las clases. Pero como digo siempre, este tipo de ejercicios fomentan la creatividad, ya que uno de ellos era copiar la fórmula del micro-cuento, y debíamos escribir algo de no más de diez palabras y que tuviese sentido. Sorprendentemente me resultó fácil, y eso que a mí los manuscritos me salen de trescientas páginas en adelante.
Con el ejercicio que nos pusieron para casa también me llevé otra sorpresa, ya que teníamos que escribir un relato de no más de medio folio copiando la técnica de un autor que nos gustase. Yo fui un poco masoca y en lugar de cogerme por ejemplo a Stephen King, que me lo tengo masticadito al pobre y en el terror me desenvuelvo relativamente bien, me decanté por un libro que estaba leyendo ahora, uno de Anne Rice, que seguro que diréis «¡ah, pero esa mujer escribe sobre vampiros y brujas y cosas así», pero también estaréis de acuerdo en que no es terror, al menos no del tipo de King o Poe.
Ya me estoy enrollando, así que resumo: resulta que cuando escribo tiendo a dar mucha libertad a la imaginación y en (bastantes) ocasiones tiendo a ser poco descriptivo, prefiero que la gente imagine. Pues bien, cuando copié el estilo de Rice pequé justo de lo contrario, de forma que la moraleja que saco de todo ello es que puesto que sé dónde están los límites tanto por encima como por debajo debo buscar el equilibrio.
La séptima clase versó sobre la libertad confrontada con la corrección, y empezó con un breve debate sobre cuáles debían ser los requisitos mínimos que debíamos pedir a cualquier cosa que escribiésemos antes de darlo a leer a otro lector: ortografía, sintaxis, presentación,...
Después pasamos a un ejercicio de dura autocorrección, en el que después de escribir unos minutos sobre un tema libre debíamos releerlo varias veces para ir corrigiendo diferentes aspectos cada vez: palabras o frases a cambiar, puntuación, por supuesto faltas ortográfica,...
Una vez hecho esto, cuando todos estábamos contentos con el resultado, los profes nos hicieron recortar a la mitad el texto, contando lo mismo, es decir, un ejercicio de concreción a lo bestia. El caso es que lo conseguimos, y en ese momento personalmente me di cuenta de la paja que eres capaz de meter. Esto, claro, cuando se trata de corregir un manuscrito cobra mucha más importante. De todas formas, ahora recuerdo, Deusvolt, asiduo de estos lares y a cuyo blog «El alma impresa» podéis acceder desde mi lista de blogs, hablaba hace un par de semanas del arduo tema de la corrección y el tiempo que nos toma, os aconsejo que echéis un vistazo a lo que allí escribió.
¡Buf, esta semana me he explayado, a ver si aprovecho el tirón y le pego un empujón a la novela, que me quedan apenas tres capítulos para acabarla!
Hasta pronto.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Sobre vivir de escribir y sueños así

Esta semana pasada he vivido dos situaciones completamente diferentes pero que me han llevado a un planteamiento común.
El primero de ellos fue que me leí un best-seller, ya sabéis, esos libros que salen por la tele, los tenemos en las estanterías de las librerías y si pueden nos los meten hasta en la sopa. El caso es que quería leerlo para ver cuáles eran los recursos que lo hacían tener éxito, si es que todo no era más que una campaña de Marketing pura y dura. No me extenderé más en el tema porque tal vez lo retome en un futuro, pero hoy quiero tratar otras cuestiones.
Por otra parte el viernes fui con unos amigos a un concierto de Juliette Lewis, actriz y cantante. Seríamos no más de doscientas personas, nunca había escuchado nada suyo y además no es mi tipo preferido de música, pero el caso es que lo pasé bien.
Dos situaciones diferentes, como he dicho. Pero luego, pensándolo durante estos días me he dado cuenta de que ya puedes ser un escritor de éxito reconocido o un cantante que congregas a unos pocos centenares de personas, el caso es que te tienes tu público.
En el caso de Juliette no es U2, ni Alejandro Sanz, no llena estadios (al menos aquí y por lo que vi), pero abandonó Hollywood para dedicarse a lo que quería y es capaz de vivir de ello, por lo que sé.
Lo cual me lleva a la reflexión de que no es necesario vender millones de ejemplares para poder vivir de escribir (que, no nos engañemos, es a lo que aspiramos mucho, por lo menos los que pretendemos publicar). Siempre habrá gente que te seguirá, más o menos, pero te seguirán si tu estilo les gusta. Hay muchos escritores que sin necesidad de ser número uno en ventas y ver columnas de sus libros adornando la entrada de la FNAC son capaces de vivir razonablemente bien gracias a su pasión.
Ese es mi sueño. Seguro que el señor Brown o la señora Meyer tienen inmensas mansiones, viajan mucho y no deben preocuparse por cocinar o hacer la cama, pero estoy muy contento con la casita que poco a poco vamos montando mi novia y yo y me conformaría con poder mantener mi nivel de vida (es decir, mucho Mercadona, je, je, pero también alguna cervecita de vez en cuando), pero dedicándome a ponerme todos los días un par de horas frente al teclado, no tener que marcharme en unos minutos a pelearme con mis maravillosos clientes en el hotel.
En fin, tal vez algún día. Ahora os dejo, que voy a ponerme el traje (sniff…).